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Otro secuestro de Daniel Ortega: la memoria de Juan Pablo II en Nicaragua

Esta es una de esas cosas inverosímiles que pasan en Nicaragua bajo la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo: invirtieron millones del erario para construir un museo en honor a su santidad Juan Pablo II y siete años después mantienen las puertas cerradas al público y los recuerdos del pontífice bajo vigilancia policial.

En efecto, al citado museo nadie entra y una patrulla se encarga de espantar a cualquier turista despistado que quiera sacarse una foto junto al edificio alzado y abandonado absurdamente en un costado del puerto Salvador Allende en Managua.

La historia es alucinante: en un momento en que la dictadura coqueteaba con la Iglesia Católica y algunos de sus líderes caían rendidos al poder de convencimiento sandinista, a la pareja presidencial se le ocurrió construir un edificio para exhibir las pertenencias del único papa que ha visitado dos veces Nicaragua.

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Nuncios y cardenales bajo el embrujo sandinista

Eran tiempos aquellos en que la dictadura había conquistado al cardenal retirado Miguel Obando y Bravo; tenía “comiendo de su mano” al Nuncio Apostólico Fortunatus Nwachukwu y el cardenal Leopoldo Brenes era cercano a la vicedictadora Rosario Murillo.

Otros curas y sacerdotes rendían honores a la pareja del poder y en los discursos públicos abundaban las referencias a los símbolos católicos de Nicaragua.

El edificio se anunció el 14 de noviembre de 2014 y se inauguró el 14 de diciembre de 2016; al evento llegó Ortega, Murillo y la plana mayor de la Iglesia Católica en Nicaragua.

Murillo exaltó la figura del papa Juan Pablo II: “Nosotros estamos entre los pocos países… vemos ahí la lista de países y son pocos que el santo padre visitó dos veces. Fuimos honrados con dos visitas de San Juan Pablo. Aquí queda su huella, aquí queda su legado, aquí está su espíritu, está con nosotros y por eso sé que cuenta con muchos devotos en esta nuestra Nicaragua, donde le invocamos para pedir que fortalezca estas rutas de reconciliación, de encuentro, de diálogo y fortalezca a la juventud en el empeño de servir para realizarse como seres humanos útiles y para servir a la patria y hacerla grande, como decía Darío, pequeña, pero uno grande la sueña, uno grande la quiere, uno grande la puede hacer. ¡Que viva el Papa!”.

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Y también aprovechó la ocasión para mandar saludos al papa Francisco en la cercanía de su cumpleaños: “El santo padre, el papa Francisco, nuestro orgullo latinoamericano cumple 80 años este sábado, así que, desde aquí en este memorial al amor, al cariño, enviamos el abrazo, el saludo lleno de respeto y de reconocimiento a nuestro papa latinoamericano Francisco, el papa Francisco. Que cumpla muchos años más”.

Ortega dio por inaugurado el edificio con un discurso breve: “Damos por inaugurado este memorial en homenaje a San Juan Pablo II. Podemos llamarlo un memorial de la reconciliación y la paz, que él la predicó, porque las palabras del santo padre estaban llenas de solidaridad, amor y paz”.

Sin transparencia y con cinismo

Tanto Murillo como Ortega callaron cínicamente sobre aquel penoso episodio del pasado, cuando quisieron humillar al papa en su primera visita a Nicaragua en 1983, en plena guerra civil y de lo cual hablaremos más abajo.

La obra costó 45 millones de córdobas para construir el edificio de 8,000 metros cuadrados, según el Plan Anual de Inversiones 2016 de la Alcaldía de Managua. El museo lo construyó la empresa Chávez y Chávez Construcciones Sociedad Anónima bajo contrato simplificado y lo autorizó el secretario de la alcaldía de Managua, Fidel Moreno.

Consta de una capilla para oración, galerías, jardines, una fuente luminosa y una réplica de la enramada que albergó al papa en su primera visita a Nicaragua en 1983. El museo guarda las reliquias y artículos que usó San Juan Pablo II en sus visitas de marzo de 1983 y febrero de 1996.

Se exhiben desde ropas y toallas enviadas desde Roma por El Vaticano, usadas por el sumo pontífice para secar sus manos tras la misa oficiada en la plaza que hoy lleva su nombre: Plaza La Fe Juan Pablo II.

También se exhibe la silla de madera que utilizó, elaborada por artesanos de Masaya; un podio de metal; una moneda acuñada, una biblia conmemorativa publicada por su visita por tres países de Centroamérica y Venezuela, entregadas al exalcalde de Managua Roberto Cedeño; el pergamino con el decreto presidencial que dio a la plaza el nombre Juan Pablo II, así también una marquesina usada en el Altar Mayor durante su misa.

Recuerdos del papa bajo llave

El edificio incluye tres galerías con objetos originales y réplicas. Otra galería cuenta con fotografías de sus visitas y el oficio de su misa celebrada en Managua, que estaban bajo resguardo de la Dirección del Patrimonio Cultural de la Alcaldía de Managua.

Se exhibe además un sillón de madera azul con el sello papal que el pontífice usaba en El Vaticano; dos rosarios (uno blanco y uno negro), una medalla conmemorativa de la segunda visita del papa a Nicaragua; el libro de la liturgia que el sumo pontífice utilizó al presidir la misa en la Plaza de la Fe; la silla que utilizó durante la Eucaristía, el petate que decoró la mesa de la Eucaristía; y un pódium que está siendo reparado, desde donde dirigió un mensaje a la nación.

Nada de lo ahí expuesto se ha mostrado jamás al público desde su inauguración y nunca han explicado las razones.

Un sacerdote nicaragüense consultado para este trabajo, bajo condición de anonimato por el alto riesgo que implica dar declaraciones sobre Ortega en Nicaragua, tiene clara las razones del porqué el museo nunca ha abierto sus puertas.

“Ortega en su momento cedió en construir ese museo porque quería obtener el favor de la Iglesia Católica, pero nunca tuvo voluntad de que el pueblo católico nicaragüense conociera de cerca la historia del papa, porque parte de esa historia es la condena del papa al régimen sandinista que gobernó Nicaragua en los años 80”, dijo.

“Para esa señora los nicaragüenses no deben tener más líder que Ortega, le duele a ella ver que el pueblo respeta, reza y ama a sus líderes católicos y ya ni digamos al papa, uno de los más fuertes críticos de los abusos de los poderosos en la historia de los papas”, dice.

Origen del odio de Ortega al papa

En efecto, la historia de Ortega con el papa Juan Pablo II está llena de cuestionamientos. En la primera visita de su santidad a Nicaragua, el 4 de marzo de 1983, Ortega en persona y el FSLN quisieron obligar al papa a apoyar la revolución sandinista, pero el líder religioso rechazó la propuesta y, al contrario, cuestionó al régimen.

La respuesta del FSLN y Ortega fue grotesca: las turbas sandinistas se tomaron la misa y con parlantes interrumpieron la misa con consignas partidarias y a gritos pedían que el papa apoyara la revolución.

En esta misma plaza donde hoy se alza el museo y un enorme obelisco en memoria al papa, el pontífice alzó la voz para callar a las turbas sandinistas: “Silencio: la primera que quiere la paz es la Iglesia Católica”.

Luego el papa volvió a venir el 7 de febrero de 1996, cuando gobernaba la presidenta Violeta Barrios de Chamorro.

“La noche oscura sandinista”

Esa vez calificó al periodo de la primera dictadura del FSLN como “la gran noche oscura”.

“Recuerdo la celebración de hace trece años; tenía lugar en tinieblas, en una gran noche oscura”, dijo el papa en la misa que celebró en Managua.

Karol Józef Wojtyla, su nombre real, fue uno de los papas con quien más se han identificado los nicaragüenses, especialmente por su visita al país bajo el contexto de una guerra civil y después cuando se estableció la paz.

Wojtyla, nacido el 18 de mayo 1920 en Polonia, fue nombrado papa de la Iglesia Católica desde el 16 de octubre de 1978 hasta su muerte el 2 de abril de 2005. Fue canonizado el 27 de abril de 2014, junto con el papa Juan XXIII, en una misa presidida por el papa Francisco, tras un milagro atribuido a su intervención.

El papa vivió durante la ocupación alemana de Polonia en los años 40 y bajo el sistema comunista polaco hasta finales de los 70, de donde le nació el rechazo a los regímenes totalitarios como el de los sandinistas.

Confiscan universidad Juan Pablo II

“Los sandinistas nunca olvidaron el rechazo del papa a sus medidas represivas, por eso Ortega prefiere mantener bajo candado su imagen y memoria”, dice el sacerdote. 

En efecto, el odio de Ortega contra la Iglesia Católica y sus representantes no solo persiste, sino que ha aumentado en agresividad. Ortega no solo trató de humillar al papa en 1983 y mantiene cerrado su museo, sino que además confiscó una universidad que lleva su nombre: Universidad Católica Juan Pablo II.

El Ministerio de Gobernación, el brazo represor del régimen contra las organizaciones de la sociedad civil y gremiales, publicó el 7 de marzo en el diario oficial La Gaceta las cancelaciones de la personería a la citada universidad, con sede en Managua y otras cuatro ciudades.

La canceló junto a otra universidad católica, la Universidad Cristiana Autónoma de Nicaragua (UCAN), con sede en León y otras cinco ciudades. Las sedes de Universidad Católica Juan Pablo II y UCAN fueron confiscadas y sus estudiantes traspasados al Consejo Nacional de Universidades (CNU), organización bajo control partidario del régimen dictatorial sandinista.

Otro papa en el torcido camino de Ortega

“Es que nada que venga de la Iglesia Católica, menos del Vaticano y sus representantes, será bien visto por Ortega. La luz de la iglesia lo enfurece como se enfurece el demonio ante la palabra de Dios”, dijo el sacerdote.

En su guerra contra la Iglesia, Ortega ha llamado al papa, los sacerdotes y a El Vaticano como “mafia” y “terroristas”.

Ortega mantiene preso al obispo Rolando Álvarez, a siete sacerdotes y una decena de laicos que trabajaban con la Iglesia Católica, acusados de divulgar noticias falsas y bajo la acusación penal de traidores a la patria.

En defensa de la iglesia y sus miembros, el papa Francisco dijo que Ortega estaba desequilibrado y calificó la dictadura sandinista como una combinación de la dictadura comunista de 1917 y la hitleriana de 1935, para terminar calificando al régimen sandinista como una dictadura grosera, o en términos argentinos, guaranga.