Reportajes

Las heridas que deja la Covid-19

A casi año y medio de haber estado internado en un hospital capitalino, Rubén Flores, de 25 años, todavía vive las secuelas de la COVID-19 a nivel físico y emocional.

La pandemia que ha cobrado la vida de al menos 245 personas, según cifras oficiales, también le arrebató a un amigo y un familiar: su padre.

Actualmente, no le queda más que enfrentar las heridas dejadas por la pérdida y seguir luchando.

“Al final, toca aceptar las secuelas, no hay mucho que hacer al respecto. Uno queda más delicado y pendiente de no contagiarse, usando mascarillas y alcohol”, dijo Flores. 

El joven de 25 años expresa, que luego de haber sobrevivido a la COVID-19  entre agosto y septiembre de 2021, todavía enfrenta severos daños en su salud.

“Cuando tuve las secuelas, sobreviví con apoyo familiar para comprar medicinas y mejorar el sistema inmunológico porque queda muy frágil. Antes no me daba tos seguidamente, ahora una vez cada dos meses me da una de esas gripes”

Este virus ha tenido una gran capacidad de estar cambiando su forma. Estamos siendo afectados por la COVID-19 con su variante ómicron.

El epidemiólogo Leonel Arguello señala que además de las secuelas de la COVID-19, existe “La COVID persistente”, en la que se manifiestan los síntomas de la enfermedad nuevamente.

“La COVID persistente si puede dar dolor en el cuerpo. Es una manifestación de la enfermedad que se da tres meses después de haberla padecido. Hay más de doscientos tipos de forma de manifestarse”, señaló.

Aunque el Ministerio de Salud (MINSA), no se refiere al respecto, Arguello expresa que un 50% de las personas que él acompaña clínicamente han presentado COVID persistente.

Leer también: El Caribe sobrevive tras la pandemia

“La mitad de las personas que me han consultado han registrado la COVID persistente. Hay problemas en el corazón, en los pulmones, dificultad para respirar, secreciones nasales o dolores de cabeza. Estos síntomas persisten”, señala.

Ante esta situación, instó a seguir tomando las medidas de prevención para evitar contagios.

“Hay que seguir tomando las medidas de prevención pertinentes. Es una enfermedad prevenible y debemos estar claros y alertas de que esto no ha acabado. No podemos bajar la guardia”, expresó.

La enfermedad lo atacó “de forma silenciosa”

Rubén Flores no tiene la menor idea del lugar donde pudo haberse contagiado de la enfermedad. Él señala que se mantenía al día con las medidas de prevención.

“No estoy muy seguro, pero si estuve yendo al mercado muy seguido, usando mascarillas y alcohol. Mi papá pudo haberse contagiado en la universidad donde daba clases, porque ahí sí hubo una crisis fuerte. Puede ser que de ahí se viniera a casa (el virus)”, detalló.

Le puede interesar: Un nuevo estilo de vida, el desafío diario de los diabéticos

Flores recuerda que el primer día sintió un malestar y una debilidad “horrible y bastantes mareos”.

“Era un malestar general que no podría definirlo con palabras. En los dos días siguientes ya se presentó la fiebre y la diarrea. Por un momento creí que era una congestión por haber comido demasiado días antes. Yo fui al hospital y no me mandaron a emergencia respiratoria, sino que a otra área, porque no tenía tos. Pero luego me mandaron a casa”, señaló.

Dos días después, Flores ya no podía respirar de forma normal; tenía un rango de respiración bastante bajo, inspiraba un poco y sentía un bloqueo, tenía que exhalar rápido.

“Me fui a un centro de salud, donde me canalizaron y me pusieron un nebulizador. En ese lugar me dijeron que era COVID. Me mandaron a casa, dándome las pastillas y me dijeron que al día siguiente llegarían a casa”, comenta.

Hospitales abarrotados en 2021

Pero al día siguiente, empeoró y decidió ir al hospital. Lo internaron el 28 de agosto de 2021 en un hospital capitalino, donde permaneció por quince días. 

Leer además: La pandemia de COVID-19 tres años después 

“El hospital estaba muy lleno y áreas que comúnmente eran pediatría, u otras, fueron dedicadas a COVID”, señaló.

En un momento, una enfermera lo vio sin poder respirar, pidió una camilla y le pusieron oxígeno. Era el único que requirió estar acostado y con oxígeno.

“Yo creía que si me dormía, no iba a ser capaz de controlar mi respiración y que ahí iba a quedar. Pero me quedaba dormido por media hoya y luego me despertaba preguntándole a los doctores qué hora era. El calor era insoportable y la misma mascarilla provocaba sofocaba”, señaló.

La incomunicación lo más horrible de la enfermedad

Flores recuerda que cuando ingresó al hospital le retiraron su dispositivo móvil, por lo que quedó completamente incomunicado.

“La incomunicación era lo más horrible. Si hubiera podido cambiar algo, hubiera sido la comunicación. No conocía el estado de las personas con las que me comunicaba. En ese momento, ocurrieron varias cosas, como el fallecimiento de varios amigos, y familiares enfermos. Yo no me daba cuenta de nada de eso”, dijo.

Cinco días después de haber ingresado, su padre también fue internado en otro hospital por la COVID-19. El mismo día que ingresó falleció. Flores ni lo sospechaba.

“El 5 de septiembre, alguien me prestó su teléfono y entré a Facebook. Ahí me di cuenta del fallecimiento de mi papá, que cayó como un balde de agua fría”, dijo.

“Fue bueno haberme dado cuenta antes de salir pero después de que sucedió. Crea una experiencia distinta, porque me di cuenta cinco días después que sucedió”, expresó.

“Un duelo incompleto”

Rubén califica como “un duelo incompleto” la experiencia, debido a que se enteró posteriormente a la muerte de su padre.

“Por mucho tiempo sentí que era un duelo incompleto. Usualmente sueño frecuentemente con mi papá y mi mamá”, señaló.

La progenitora de Flores falleció cinco años antes.

Flores apunta: “El hospital deja experiencias extrañas y ciertos traumas. Cuando falleció mi mamá estaba mi papá. Pero ahora, no hay columnas donde recostarse. Todo se desequilibró. Yo fui a su tumba hasta diciembre. La casa se sentía totalmente vacía”.